
La beata Ángela Salawa, la menor de los diez hijos de Bartolomé y Eva Salawa, nació el 9 de septiembre de 1881. Esta amplia familia, a pesar de poseer una granja y ganarse la vida con la herrería, llevaba una vida muy modesta, a menudo al borde de la extrema pobreza. Sin embargo, nunca les faltó la fe y la piedad. Tenían por costumbre familiar cantar juntos canciones religiosas, leer libros devocionales y asistir a las oraciones y los servicios.
Ángela sólo pudo recibir la educación más básica. Asistió a la escuela durante dos años, donde aprendió a leer y escribir, al mismo tiempo que ayudaba a sus padres a administrar la granja. Cuando cumplió 16 años sus padres decidieron casarla. Sin embargo, Ángela se opuso a sus intenciones, y fue apoyada por sus hermanas mayores que trabajaban como sirvientas en Cracovia. Ellas trajeron a Ángela a Cracovia y, para proporcionarle una fuente de ingresos, le buscaron un trabajo. Por eso, desde finales del otoño de 1897, Angela Salawa trabajó durante veinte años como criada en Cracovia, en diferentes casas y con diferentes familias. El duro trabajo no la distraía de la religión y la fe. A los dieciocho años hizo voto de castidad y también intentaba asistir a misa tan a menudo como podía, llevando flores y manteles bordados por ella misma a la iglesia. Durante algún tiempo, Angela también contempló la idea de ingresar en uno de los conventos de clausura, pero fue rechazada debido a su mala salud y la falta de la dote requerida.
Angela sentía un cariño especial por dos iglesias de Cracovia: la de los Padres Redentoristas y la de los Padres Franciscanos. En 1900 se inscribió en la Asociación Católica de Sirvientas de Santa Zita, la patrona de las criadas, fundada un año antes. La asociación tenía un refugio para niñas sin hogar, una cocina, un hospital y una biblioteca. La membresía en la Asociación reemplazó la familia perdida por Angela a una edad temprana y compensó la falta de su propio hogar.
A partir de 1903, Angela Salawa comulgó diariamente. El 15 de mayo de 1912 ingresó en la Tercera Orden de San Francisco, mientras que el 6 de agosto de 1913 profesó como Terciaria.
Después del estallido de la Primera Guerra Mundial, Angela comenzó a atender a los soldados heridos, visitándolos en los lazaretos, llevándoles comida y una buena palabra. También compartía sus escasas raciones con los residentes más pobres de la ciudad. El trabajo extenuante y la escasa nutrición minaron la ya de por sí débil salud de Angela. Sus dolencias anteriores se intensificaron y también enfermó de problemas estomacales y esclerosis múltiple. A pesar de eso, como parecía una persona sana y robusta, fue dada de alta rápidamente del hospital.
Vivió sus últimos años en extrema pobreza, viviendo en una celda diminuta de un sótano. Las personas de su entorno la abandonaron, ya que temían contagiarse, y ella aun estando cada vez más gravemente enferma permaneció hasta el final fiel al amor de Jesús. Cuatro días antes de su muerte fue trasladada a un hospital donde, tras recibir el sacramento de la unción de los enfermos, falleció el 12 de marzo de 1922.
El 7 de julio de 1949 se abrió la causa de beatificación de Salawa. En el marco de este proceso, sus restos fueron depositados en la Basílica de San Francisco de Asís en Cracovia. El Papa Juan Pablo II declaró la heroicidad de las virtudes de Salawa el 23 de octubre de 1987.
Fuente: https://www.sanktuarium-siepraw.katolicki.eu/index.php/sanktuarium/bl-aniela-salawa