El tema fue “Trabajar por la Paz”, y Dina Shabalina, OFS, lo discutió desde una perspectiva única – desde alguien en medio de la guerra.
No fue fácil para ella, pero, como señaló, es lo que hacen los franciscanos.
Dina es consejera de la Presidencia para el norte de Europa. Se presentó el 16 de noviembre vía Zoom porque tuvo que cancelar su plan de asistir al Capítulo General después de que su padre enfermara.
“Cuando estalló la guerra en Ucrania, por primera vez en mi vida experimenté que las palabras del Evangelio podían hacerme sufrir”, dijo a los participantes al Capítulo. “Mi fe nunca había sido puesta a prueba de una manera tan severa. Recuerdo muy bien las primeras semanas de la guerra, cuando rezábamos y escuchábamos las palabras del Evangelio con mi fraternidad. Era increíble, pero en aquel momento las lecturas litúrgicas trataban sobre el perdón y el amor a nuestros enemigos. Estas palabras resonaban para nosotros de una manera nueva con el sonido de las sirenas antiaéreas y las explosiones al otro lado de la ventana. Pero seguían siendo las palabras de la Buena Nueva para nosotros”.
Se preguntó qué distingue al espíritu franciscano de paz.
Dina se fijó en la vida de San Francisco. “Si Francisco predicaba la paz, él mismo estaba lleno de la paz de Cristo. Esta es la paz de la que nos habla el Evangelio: ‘Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!’”. (Jn 14,27, Biblia de Jerusalén).
Señaló que nuestra Regla nos llama a ser “portadores de paz” y que las Constituciones Generales indican que la paz “es obra de la justicia y fruto de la reconciliación y del amor fraterno” (Art. 23.1 CCGG).
Como cualquier estructura, la paz necesita unos cimientos fuertes.
“La base para construir la paz es la reconciliación, un proceso que puede ser largo y doloroso”, y un camino “imposible sin disculpas y perdón”. Es una construcción constante, un cultivo constante del espíritu de paz. Es el camino que recorrió San Francisco. “Este es el camino del Evangelio, que empieza en mi corazón. Necesito tener paz en mi corazón. Necesito que esté libre del odio y del deseo de venganza”.
Concluyó: “El poder de Cristo impide que mi corazón odie. Él me da un arma poderosa con la que luchar por la paz: la oración por mis enemigos. Este poder es lo que me ayuda a pasar del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio”.